Por: Eder Castelblanco (Darco)
Homenaje a un sabedor
Los caminos de Cabrera en la región de Sumapaz, llenos de musgo rojo y amarillo adherido a las rocas, piedras sueltas en las carreteras que marcan las montañas del territorio, cercas de madera añeja, alambrados, potreros y pastizales que alimentan a las vacas, a diario son transitadas por Teodoro, el senderante.
Todos los días viste una ruana de lana color café, con la imprenta de dos décadas de su piel fusionada con ella, un pantalón rojo comunista de drill es el aislante entre el frío de la madrugada y sus piernas, que son la herramienta más importante de su labor territorial, gorra desteñida por el golpe del sol de las alturas que es tan inclemente como los dioses de los volcanes, unas botas de caucho a las que la marca no se le puede identificar, indicativo de que tienen tantos kilómetros de vida, como los necesarios para darle dos vueltas al planeta por la línea ecuatorial.
De su barbilla cuelgan sendas hebras blancas que le bloquean el viento frío que se dirige a su garganta mientras camina. Todos los días, Teodoro cumple su tarea, contar los pasos ida y vuelta, desde el páramo hasta Cabrera a una luna de distancia, mantiene las huellas de indígenas y campesinos pisando sobre ellas, remarcándolas, señalando, siendo senderante.
Es un historiador de los pasos, un agrupador de mapas antiguos, de las anécdotas de espantos contadas en las noches de música y cuentería de los años setenta; un compilador de huellas ancestrales y un escritor de la tierra.
Dibuja sus descubrimientos con las pisadas, su vida contradice aquel poema de Neruda del caminante, pues acá en el páramo sí hay camino, uno por defender, por recordar, por trazar cada día con constancia y sabiduría unido a un tejido con otros por redescubrir y algunos guiados por los golpes del viento entre arbolocos y arrayanes.
Teodoro, el senderante, el defensor de la senda y el atajo, el abuelo que conecta los espíritus de los Sutagaos, que comunica con la tierra y sus colores.
Sin falta visita las mismas casas para conectar con las mismas cosas todos los días. Sabe que su tarea es recordar a todos y todas que tienen un legado; su existencia y sus pasos evocan la ancestralidad del territorio; su saludo corto y en voz baja resuena como grito, indicando que las pisadas no se las lleva el viento y tienen más raíz que la fonética.
En silencio, toma su caldo de papa en las casas de madera que lo reciben, que agradecen su trabajo como coleccionista de recuerdos, sentándose en las butacas de los comedores de madera maciza y dice tres palabras:
-Buenos días compañero.
Luego, continúa concentrado en sus pensamientos inhalando el vapor del alimento caliente que le da energía para continuar su labor diaria.
Teodoro el senderante, un luchador de la memoria ancestral, que con su paso diario une cada nuevo presente con el eterno pasado.